Este domingo os traigo la tercera parte de «El día que te conocí». Esta vez será Lily Evans quien se subirá por primera vez al expreso de Hogwarts en un día lleno de sentimientos, decepciones y discusiones.
Lily Evans
-Lily despierta.-dijo una mujer que mecía a una niña pelirroja-Venga cariño que ya ha llegado el gran día.-añadió levantándose y abriendo las cortinas de par en par.
Aunque la voz de su madre había despertado a Lily, fueron los rayos del sol los que hicieron que finalmente abriera sus ojos verdes. Poco a poco, la pequeña pelirroja se fue estirando para desentumecerse y en uno de esos movimientos tocó con la mano el lomo de un libro bastante gordo.
-Historia de Hogwarts.-leyó su madre cogiéndolo-Has debido de quedarte otra vez dormida abrazado a él.
La madre de Lily sonrió ante el apego que sentía su hija hacía los libros, una afición heredada de su marido.
-Será mejor que lo metas en el baúl. Después de que lo recojas, vístete y baja rápido que hoy te he preparado tu desayuno favorito.-finalizó devolviéndole el libro a su hija y dándole un beso en la frente.
-Vale mamá.-respondió ella.
Al irse su madre, la pequeña se sentó en el colchón para abrir el libro y aspirar el aroma a papel que tanto le gustaba. Después de estar varios minutos disfrutando de aquel olor, Lily se levantó de la cama y se dirigió al baúl para meter el libro en él.
Cuando lo abrió y vio todas las cosas que habían comprado en el Callejón Diagon, Lily sintió un cosquilleo de emoción en todo el cuerpo. «Yo haré pociones que meteré en estas botellitas», pensó emocionada. Todo lo que estaba en ese baúl le parecía tan nuevo, interesante y apasionante que no pudo reprimir la alegría de saber que dentro de poco estaría en el Colegio de Magia y Hechicería.
Tan ensimismada estaba Lily con sus objetos y libros de magia que no se dio cuenta de que su padre estaba en la puerta observándole con una sonrisa.
-Hola papá.-dijo Lily sonrojada porque su padre le había visto preparar pociones inexistentes en el caldero.
-Buenos días cariño. Mamá dice que bajes. Que se te está enfriando el desayuno.
-Ahora bajo.-le respondió su hija mientras ponía cuidadosamente en su sitio los objetos que había sacado.
A su vez, el señor Evans se acercó a su hija y los dos juntos recogieron todo.
Después de aquello, Ian Evans se marchó de la habitación rumbó a la cocina. Lily, al contrarió que la vez anterior, se vistió, peinó y aseó con rapidez para que su madre no tuviese que gritarle desde la cocina que se le estaba enfriando la comida.
Corriendo, la pelirroja bajo las escaleras, tarareando una de las canciones que se escuchaba en ese momento en la radio del salón. Pero esa euforia se desvaneció cuando vio a su hermana Petunia en el salón. Cuando ambas niñas cruzaron las miradas fue patente que la hija mayor de las Evans no había olvidado la conversación que había tenido con Lily la tarde anterior.
Petunia Evans miraba a su hermana con una mezcla de rencor y frialdad que incomodaba a Lily. Aún así, la pelirroja era incapaz de desviar la mirada. Quiso hablar con ella, pero algo en su interior hacia que le fuese imposible articular una palabra. Quizá no quería enfadar más a su hermana o tal vez no quería volver a escuchar las palabras afiladas que sin duda le tendría preparada.
-Tuney, el desayuno ya está.-dijo la señora Evans desde la cocina.
Aquellas palabras hicieron que inconscientemente Lily dejase de contener el aliento. A su vez y sin apartar la mirada punzante de su hermana, Petunia cerró el libro que tenía en las manos. Al hacerlo, Lily miró hacía el objeto para huir de los ojos de su hermana. «Sentido y sensibilidad» leyó en la portada. Aquellas eran las historias que le gustaban a Tuney. Eran tan diferentes a los libros de género histórico y fantástico que le apasionaban a ella.
Ese era uno de los muchos aspectos en los que las dos hermanas no coincidían. Pero aún siendo tan diferentes, siempre habían sabido llevar una buena relación. Hasta ahora. Desde el día en el que la más pequeña de los Evans había recibido la carta de aceptación a Hogwarts, Petunia había ido cambiando ligeramente su actitud con ella. Al principio, Lily no le dio gran importancia pensando que se trataría de algún problema de amores. Pero cuando su mejor amigo le había contado lo de la carta a Dumbeldore, estaba segura de que su hermana tenía algún problema con ella.
Sin decir nada, las dos niñas Evans entraron en la cocina. Lily se sentó junto a su padre que estaba leyendo el periódico de la mañana, mientras Petunia eligió el asiento más alejado al de su hermana.
-Lily, ¿has acabado de meter todas las cosas en la maleta?-le preguntó su madre mientras limpiaba los platos.
-Sí, mama.
-¿Has metido la muda nueva y las túnicas?
-Sí y sí.-contestó pacientemente.
-Y, ¿Dickens está en la jaula?
Antes de que Lily volviera a contestar, Ian intercedió por su hija.
-Ingrid. Seguro que Lily ya tiene todo preparado. No la atosigues más.
La niña pelirroja sonrió a su padre agradeciéndole su ayuda y este le guiñó el ojo por encima del periódico.
-Bueno petirrojo.-siguió diciendo su padre.- Explícame otra vez cómo va eso del sombrero seleccionador.
Lily contenta por haber sacado el tema, empezó a explicar cómo se seleccionaban los alumnos de cada casa. Aunque la pelirroja todavía tenía dudas de en qué casa quería estar, en parte deseaba que le tocase en Ravenclaw porque sabía que era la que más le gustaba a su padre. Pero también estaba su querido amigo Severus y la promesa que hicieron meses atrás de ingresar juntos en Slytherin.
Justo cuando estaba explicando el origen de las casas de Hogwarts, un sonido estridente hizo que Lily y sus padres miraran a Petunia. Esta se disculpo por la caída del tenedor de manera seca y levantándose con extrema rigidez coloco el plato, los utensilios y el vaso del desayuno en la encimera para que su madre los limpiase.
-Si no os importa voy a mi cuarto a prepararme.-les dijo mientras cruzaba la puerta.
Los señores Evans se miraron el uno al otro, comunicándose sin palabras. Sabían que lo habían hecho otra vez sin darse cuenta, centrar demasiada atención en Lily dejando de lado a Petunia. Sabiendo que Ingrid era más cercana a su hija mayor que Ian, esta se quitó el mandil y lo dejo en la mesa, no antes de coger una cajita que había en un rincón de la encimera.
Lily, en cambio, siguió mirando fijamente al plato a la vez que su padre la miraba a ella.
-No te preocupes . No es culpa tuya.-comentó el señor Evans a la vez que volvía a fijar su atención en el periódico.
Pero para la pelirroja aquello sí era su culpa, porque ella era la que iba a ir a Hogwarts para vivir increíbles y fantásticas aventuras, mientras Tuney se quedaba allí viviendo una vida normal y aburrida sin ninguna pizca de magia. La pequeña Evans deseó que la carta que le trajo la lechuza no hubiese sido para ella, sino para su hermana o que por lo menos, Dumbledore le hubiese dado una oportunidad para entrar en el colegio. No soportaba que Tuney estuviese enfadada con ella, sobretodo porque nunca le habría deseado ningún mal.
Con aire derrotado, Lily echo un largo suspiro y sin hambre se comió un trozo más de huevo, antes de dejarlo en la encimera igual que su hermana. En ese momento, un timbre sonó y rápidamente la pelirroja se dirigió a la puerta sin dejar que su padre se levantase, diciéndole que seguramente sería su mejor amigo quien estaría tras la puerta.
En efecto, cuando abre la puerta encontrándose con Severus y no pudo reprimir las ganas de darle un abrazo. Le reconfortaba que él estuviera allí, porque significaba que ya quedaba poco para vivir la nueva vida de la que tantas veces habían hablado.
-Ya llego el gran día Sev. No puedo creer que nos vayamos a Hogwarts.-le dijo con una amplia sonrisa.
-Sí.-añadió el joven Snape con menos énfasis que su amiga.
-¿Pasa algo Sev?
Al principio no se había dado cuenta pero su amigo parecía más desmejorado de lo que se veía normalmente. Aunque parecía increíble, su pelo estaba más lacio y pegado a su cara de lo normal, haciendo que se le tapase la mitad de la cara. A su vez, tenía unas ojeras muy marcadas en los ojos y la ropa más raída de lo habitual.
-No…Nada…-dijo dubitativo. No quería decirselo a Lily, pero cuando ella le miraba con esos ojos verdes, él no podía negarle nada.-Tobias discutió con mi madre anoche, no quiere que vaya a Hogwarts.
Lily, que ya sentía odio hacía Tobias Snape, deseó que un rayo alcanzase a ese hombre cruel y dejase en paz a su mejor amigo.
-Ni hablar, no dejare que pase eso.-afirmó ella con decisión.-La diré a mi padre que hable con el tuyo y ya verás como no se niega.-añadió tajantemente mientras se daba la vuelta para hablar con él.
-¡No!-gritó el joven Snape, mientras veía a su amiga marcharse.-Al final mi madre le ha convencido para que vaya. Lo que venía a decirte es que al final no podré ir contigo en el coche.
Aquellas palabras cayeron como un jarro de agua fría encima de Lily. Después del enfrentamiento que había tenido con su hermana, necesitaba a Severus como apoyo. No tenía ganas de soportar las miradas de odio de su hermana mientras recorrían el trayecto a la estación. Quiso quejarse a su amigo, pero desistió pues sabía que no serviría de nada. Por lo menos podrían encontrarse en el andén y comenzar toda aquella aventura juntos.
-Bueno será mejor que me vaya antes de que Tobias se enfade. ¿Me prometes que me buscarás en el andén?
-Te lo prometo.-le contestó Lily mientras hacia una equis con el dedo justo donde estaba su corazón.
Mientras veía como su amigo se marchaba, la joven Evans sentía que el día estaba siendo demasiado largo aun siendo todavía por la mañana. Después de cerrar la puerta, subió a su cuarto y recogió todo aquello que había dejado para el final.
Cuando ya estaba todo preparado, Lily se agachó y recogió una caja de zapatos de debajo de su cama. En ella estaba el regalo que le iba a hacer a su hermana, una muñeca de trapo que se parecía en todo detalle a Petunia. A su lado, otra muñeca parecida a Lily la miraba con sus ojos de botones. Al verla, la pelirroja no pudo contener las lágrimas apretando la caja contra su pecho. Tenía pensado dársela antes de que partiera el tren. Así cada una tendría la muñeca de la otra y ninguna se sentiría sola. Pero ahora dudaba que su hermana la quisiera.
Intentando contener las lágrimas, Lily se las limpió con el puño de la camisa y se dirigió a donde su hermana. Todavía tenía la esperanza de hacer las paces con ella. Quizás si veía las muñecas, estaría más dispuesta a hablar con ella y a entenderla.
Tocó la puerta, pero no recibió respuesta así que abrió de todas formas. Petunia tenía la radio encendida y se miraba en el enorme espejo de su cuarto.
-Tuney.-dijo más alto que la música, pero su hermana no le hace caso.-Tuney.-repitió bajando el volumen de la radio para llamar la atención.
-Vete. No quiero que me molestes.
Petunia se siguió mirando al espejo, mientras su hermana se acerca a ella.
-Tuney tengo algo para ti, quería dártelo en la estación pero creo que es mejor que lo tengas ahora. Le pedí al señor Albert que la hiciese para nosotras.
-Me da igual. No lo quiero, así que vete.-le dijo con más frialdad.
Cuando estuvo a suficiente distancia de su hermana, Lily vio lo que ella estaba mirando en el espejo, era un colgante con su nombre. Aquello era lo que estaba en la caja que tenía su madre en la cocina. Un regalo de sus padres para que no se enfadase con ella. La pelirroja, haciendo caso omiso del mandato de su hermana, sacó las muñecas y se las enseñó a su hermana.
-Así no nos sentiremos solas.-comentó Lily a su hermana con la esperanza de que le hiciese caso.
En cambio, Petunia miró las muñecas durante un par de segundos y luego siguió mirando su nueva joya poniendo diferentes poses delante del espejo.
-Por favor Tuney, no estés enfadada conmigo. Por favor.-repitió casi sin poder contener las lágrimas.
-He dicho que te vayas.-le gritó su hermana cogiendo una de las muñecas y tirándola.
El mullido objeto golpeó una pared y de su interior unas bolitas blancas aparecieron. Lily que miraba incrédula como su hermana tiraba su regalo, empezó a llorar desconsoladamente delante de Petunia.
-He dicho que te vayas.
Aquellas palabras frías y con odio fueron las gotas que colmaron el vaso, tapándose la cara Lily corrió hacia su habitación tumbándose en la cama y lloró desconsoladamente hasta que no quedaron más lágrimas. No podía creer cómo le había tratado su hermana. ¡Ella no era la culpable de que no la admitieran en Hogwarts!
-¡Lily!¡Petunia! Ya es hora de irnos.-gritó la señora Evans a las dos hermanas.
La pelirroja, temiendo que se le notase que había llorado, se levantó rápidamente de la cama y entró en el baño para lavarse la cara. Después de unos cuantos lavados, Lily parecía tan fresca con antes de llorar.
Mientras se peinaba, Ian entró en la habitación de su hija y se llevó todas las maletas que había preparado su hija para su nueva aventura. La única que dejó fue la jaula de Dickens, el gato de Lily, para que esta se lo llevara.
Cuando Lily bajo al jardín, su padre estaba acabando de meter el baúl y Tuney ya estaba dentro del coche. Aunque no tenía ganas de ver a su hermana, Lily se subió a la parte trasera del coche dejando el gato entre las dos.
Petunia que estaba tocando su nuevo collar, se fijó en que su hermana aún llevaba la muñeca de cabello moreno en su regazo. En vez de sentir arrepentimiento, la morena de las hermanas soltó un bufido que Lily intentó ignorar.
El trayecto aunque no era demasiado largo, pareció eterno para Lily. Por suerte, los señores Evans amenizaban el viaje hablando sobre Hogwarts y sobre el nuevo colegio de Petunia.
Al pisar por primera vez la estación De King´s Cross, Lily sintió un hormigueo en la tripa mezcla de emoción, miedo y sobre todo de tristeza. Negando con la cabeza, la pelirroja intento ahuyentar la pena, dejándose llevar, como sus padres, por la fascinación y la alegría del momento.
Todo mejoró cuando la familia Evans atravesó el andén y se metió de lleno en el bullicio de maletas, baúles, animales y gente que había en el lugar. Sus padres estaban absortos hablando con los padres de un chico bastante tímido e indeciso. Ni si quiera fue capaz de mirarle a la cara. Se llamaba Remus y era de primero igual que ella. Mientras que sus padres felicitaban a los padres de su compañero por elegir un nombre tan genial, Lily buscó con la mirada a su mejor amigo. Todavía no había parecido y aquello hacía que se pusiese nerviosa.
-¡No me toques!-le gritó Petunia a un chico que llevaba una lechuza en el hombro.
Aunque aún todavía estaba enfadada con ella, Lily hizo de tripas corazón y se acercó a su hermana para intentar hacer las paces.
-Tuney, ¿podemos hablar?
Petunia le miró, se notaba en cada poro de su piel que seguía enfadada con su hermana. Pero cuando vio otra vez a aquella muñeca se parecía a ella misma en las manos de sy hermana aceptó por fin a hablar con ella.
-Será mejor que vayamos a otro sitio.
Las dos hermanas se apartaron de sus padres unos metros. Algo de lo que ellos no se dieron cuenta.
-He pensado que quizás cuando esté allí y vea al director Dumbledore, puedo decirle que se pienso otra vez lo tuyo.-dijo Lily despacio, intentando utilizar cuidadosamente las palabras para no enfadar a su hermana.-Seguro que lo convenzo para que te admita aunque ya no tengas once años.
Aunque Lily había empezado bien, aquellas últimas palabras no gustaron a su hermana. Acaso su hermana menor pensaba que era tonta o algo así por no haber conseguido la carta cuando tenía once años.
-No necesito que hables con Dumbledore.
-¿Por qué? ¿No era eso lo que querías?
-¿Para qué? Yo no quiero estar en un lugar con gente rara como tú.-le espetó con desprecio.- La gente que anda volando con la escoba y jugando a las cocinitas con un caldero no está bien de la cabeza.
La pelirroja se quedó tan impresionada que no era capaz de articular palabra. ¿Por qué le decía eso? ¿No había sido ella quien le había mandado una carta a Dumbledore para convencerle de que la admitiese?
-Pero…pero…Tú querías. Tú le enviaste una carta.
-Ya, y no sé por qué hice semejante tontería. No quiero ser un bicho raro como tú.-finalizó la hermana mayor marchándose con aire altivo.
Mientras Petunia volvía con sus padres, Lily se quedó en el mismo sitio con los puños fuertemente cerrados y conteniendo las lágrimas que le quemaban en los ojos. Otra vez había fracasado en su intento de arreglar las cosas con su hermana y además está le había llamado bicho raro. La pelirroja quería agacharse y llorar más que nada, pero no quería que nadie le viese. Aquel día tenía que ser memorable, pero no porque su hermana le había repudiado, sino porque hoy empezaba su nueva vida. La pequeña de los Evans intento quedarse solo con ese último sentimiento y no dejar que aquello la entristeciera más. Después de secar sus lágrimas con el puño de la camisa, se dirigió hacia sus padres con la mejor sonrisa fingida que sabía poner en ese momento.
-No sabes cuánto te voy a echar de menos, mi niña.-dijo Ingrid Evans dándole un gran abrazo y un fuerte beso.
-Yo también, mamá.
-Ven aquí mi petirrojo.-añadió su padre abrazándola también.-Tu madre no sabe nada, pero te he dejado un regalito en el baúl.-le susurró para después despedirse mutuamente con sendos guiños.
Lily sonrió al escuchar eso y se imaginó que sería algún libro que su padre había estado guardando para esa ocasión.
La despedida de las hermanas fue más seca y forzada y no hubo acercamiento de ningún tipo. Por suerte sus padres no se dieron cuenta y echando un último vistazo a su familia Lily se subió al tren.
Seguía teniendo ganas de llorar pero no se dejó llevar. Mientras pasaba entre los vagones, Lily se preguntaba dónde estaría su mejor amigo y por un momento temió que su padre finalmente no le hubiese dejado ir a Hogwarts. Por suerte, Lily encontró a Severus en una de las escaleras de subida. Cuando este la vio con los ojos llorosos, le preguntó que le había pasado y este le explicó la de su hermana. Antes de que Severus pudiese decir algo, su madre lo llamó para despedirse.
-Iré buscando un compartimento mientras te despides de tu madre.-le dijo Lily a la vez que su mejor amigo se bajaba del tren para despedirse de su madre.
Tuvo que pasar varios compartimentos hasta encontrar uno que estaba casi vacío. En él se encontraban dos chicos hablando animadamente. Uno llevaba media melena y una pose natural que muchos envidiarían, mientras que su amigo de gafas y pelo engominado y una ropa que daba a entender su posición social.
Haciendo de tripas corazón, Lily entró en el compartimento sentándose al lado de la ventana sin hacer mucho caso a los dos chicos. A través del cristal, veía familias felices despidiéndose. Por un momento, sintió que iba a comenzar a llorar pero lo contuvo haciendo que solo le cayese una lagrima que ninguno de los chicos vio.
Unos minutos después de que entrase ella, Severus apareció por la puerta del compartimento y se dirigió directamente hacía su amiga. Pegándose más a ella, le preguntó qué tal estaba y ella miró hacía bajo con tristeza.
-No te preocupes por tu hermana. Ella no entiende esto y nunca lo va a entender. Es lo que tienen los muggles. Los dos estaremos mejor cuando nos encontramos en Hogwarts perteneciendo a Slytherin.
Al decir esas palabras los dos chicos se callaron, mirando fijamente al joven Snape.
-Chaval, no sabes lo que dices.-comentó Sirius.
El mejor amigo de Lily miró al chico con cara de asco y abrió la boca con la intención de decirle que se metiese en sus asuntos.
-Mi amigo tiene razón. Si el sombrero seleccionador me dijera que soy de la casa de Slytherin yo preferiría irme a casa por no tener que soportar a esos mojigatos grandilocuentes.
Lily veía como la mandíbula de Severus se tensaba y un gran odio aparecía en sus ojos. La pelirroja no podía soportar otra discusión más. No hoy. No ahora. Lo único que quería era tener paz y disfrutar del comienzo de su mágica vida.
Sin decir palabra, Lily se levantó e hizo una seña para que su amigo también lo hiciese. Ante los dos sorprendidos muchachos ambos se dirigieron a la puerta y antes de marcharse del todo les espetó a los dos su falta de madurez y tolerancia.
-Menudos dos tontos.-comentó la pelirroja que iba con paso decidido y cara de enfadada hacia el siguiente compartimento. Con menos suavidad de lo normal, abrió la puerta y se encontró a dos chicos, uno de ellos Remus, y otras tres chicas.
-Hola. ¿Podemos pasar? Es que los de al lado son unos idiotas.
Todos miraron primero a Lily y luego a Severus. Remus que era el que más incómodo parecía estar se levantó y cedió el asiento a Lily. Ella le dio las gracias y se disculpó, él en cambio, dijo que le importaba y que prefería ir a un compartimento menos abarrotado. Otro chico rubio y con cara de rata, hizo lo mismo dejando su sitio a Severus.
Cuando ambos chicos se fueron, Severus intentó seguir con la conversación pero Lily negó con la cabeza. Ya era hora de dejar pensar en su hermana, aquel momento era único y no quería perder la oportunidad por estar demasiado preocupada. Con una sonrisa algo forzada, Lily se presentó a ella y su mejor amigo, esperando que aquellos siete años fueran los más maravillosos de su vida.
FIN
Cada día me gustan más tus historias, pero empiezo a echar de menos los consejos. Pero si unes ambas cosas genial
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