El día que te conocí. Remus Lupin

Meritos a quien le corresponda.

Meritos a quien le corresponda.

Hoy toca saber la primera vez que Remus se subió al tren escarlata. No fue un momento fácil pero fue el día en el que su vida cambió por completo, para bien y para mal.

Remus Lupin

Sentado en una banqueta, Remus intentaba no mirar a sus padres mientras ellos le observaban. La tetera silbaba, los pájaros cantaban y el silencio que había entre las tres personas que estaban en la cocina hacía que el joven Lupin se sintiese cada vez más avergonzado por haber sido descubierto por sus padres.

-Responde a tu madre Remus. ¿A dónde ibas?

Pero el chico no contestó a su padre. ¿Qué iba a decir que no supiesen ya? Era obvio que él no quería ir a Hogwarts y que había decidido escapar el día que tendría que coger el expreso.

-Dime.-habló otra vez el señor Lupin con mayor fuerza.-¿Qué ibas a hacer después de irte? ¿Dónde te ibas a quedar? ¿Cómo ibas a sobrevivir sin dinero?

Remus abrió la boca para hablar, pero ningún sonido salió de ella. Su padre tenía razón, había pensado en la idea de escaparse, pero poco sabía sobre cómo sobrevivir fuera de casa.

-Eso creía yo. Hemos hablado muchas veces sobre esto y hasta has recibido una carta del mismísimo director diciéndote que estés tranquilo y que le encantará verte este año. Por eso, no entiendo que hagas esto ahora. Remus, no sabes la suerte que tienes de poder asistir a Hogwarts.

Pero para él no era suerte, sino un miedo más que apuntar a una lista ya de por si extensa. Desde que había recibido la carta de aceptación no había pasado ni una noche en la que el joven Lupin no tuviese pesadillas. Él no quería estar en otro lugar que no fuera su hogar, en su bosque. Aquellos sitios que para él eran seguros. Que también mantenían a salvo a los demás.

-¿Sabes? Me da igual cualquier explicación que nos quieras dar a tu madre y a mi. Quiero que subas a tu cuarto y hagas la maleta para irte a Hogwarts hoy mismo. Y no voy a aceptar ninguna queja.

Remus intentó hablar con su padre, pero no quería escuchar. Al final, el joven mago se dio por vencido y subió a su cuarto, mientras su padre se dirigía a terminar uno de sus calderos y su madre quitaba la tetera del fuego.

Como ya tenía la ropa preparada para el viaje, Remus solo tenía que meter en otra maleta las cosas que necesitaría para Hogwarts. Con parsimonia, fue buscando, recogiendo y metiendo las cosas, intentado no pensar en el nudo que sentía en el estomago.

«¿Por qué no me entienden?», pensó el joven Lupin. Era evidente que sus padres sabían lo de su miedo, por lo que no entendía porque no le daban la razón en todo aquello. Era mejor ahorrarse el sufrimiento de saber que seguramente algo malo iba a pasar tarde o temprano. Remus era feliz estando en su casa con sus padres. No necesitaba irse de allí o por lo menos, eso creía él.

Justo cuando estaba recogiendo los últimos libros, alguien tocó la puerta.

-¿Puedo pasar?-preguntó dulcemente Adele Lupin.

Remus asintió y su madre entró en la habitación sentándose en la cama ya hecha de su hijo. Dando unas palmaditas al colchón, Adele le señaló un lugar para sentarse a su lado.

-Remus.-le dijo.-Sabes que tu padre y yo te queremos y solo deseamos lo mejor para ti, ¿verdad?

El joven Lupin asintió. Su madre le sonrió con aquella sonrisa que daba tanta seguridad a su hijo. Despreocupada, cariñosa y segura, ese gesto nunca desaparecía del rostro de la señora Lupin. Daba igual que su hijo fuese un temible licántropo, que viviera en una destartalada cabaña y que no tuviese una vida llena de lujos como Henry Lupin le habría querido dar a ella y a su familia, esa sonrisa siempre permanecía en su cara. Por un momento, el nudo que Remus sentía se aflojó un poco.

-¿Papa está enfadado conmigo?-preguntó el joven Lupin, temeroso de que la respuesta fuese sí.

-No, simplemente no quiere que te pierdas la ocasión de ir a Hogwarts. ¿Sabes? Él estuvo a punto de no ir.

Aquello sorprendió a Remus. Su padre hablaba mucho de su experiencia en el Colegio de Magia y Hechicería, pero nunca le había contado eso.

-Sí. Resulta que tu abuelo quería que tu padre se quedase en casa para ayudar a mantener a sus cinco hermanos y a él. Al principio, no le importaba quedarse sin ir a Hogwarts con tal de conseguir que su familia viviese mejor. Pero mientras más pasaba el tiempo, más ganas tenía de ir y más difícil se le hacía decírselo a su padre.

-Y, ¿qué hizo?

– Por suerte no tuvo que decírselo, su tío convenció al abuelo.

-¿Cómo?

-Con esto.-dijo Adele enseñándole un antiguo reloj de bolsillo. Era el reloj de su padre, aquel que cuidaba con tanto esmero y del que no se separaba.

Remus le miró extrañado, preguntándose cómo un reloj podía cambiar la opinión de alguien. La señora Lupin le dio la vuelta al reloj enseñando el reverso a su hijo, que vio una inscripción.

-Si cada ser humano diera una oportunidad… ¡sólo una oportunidad!… al destino y a los demás, todos seríamos más felices.-leyó Remus.-No le entiendo.-añadió confuso.

-Esta inscripción fue un regalo de tu abuela a tu abuelo por darle la ocasión de amarlo. Enseñó a tu abuelo que le tenía que dar a su hijo todas las ocasiones que pudiese aprovechar. Remus lo que te quiero decir con esto es que tu padre te quiere dar la oportunidad de ser feliz y de vivir la experiencia más maravillosa de tu vida. Por eso es tan insistente con este tema.

El joven Lupin sintió entonces una punzada de culpabilidad por no querer ir a Hogwarts. Quizás fuese una de las únicas cosas de gran valor que sus padres le podían brindar en su vida, la ocasión de recibir una buena educación mágica. Pero aún sabiendo eso, el nudo de su estomago seguía allí. Apretándole, recordándole el miedo que no debía de olvidar.

-Sé que tienes miedo.-comentó Adele como si supiese lo que estaba pensando su hijo.- Miedo de lo que puedas hacer y miedo a algo nuevo y misterioso, lejos de la vida a la que has estado acostumbrado y que ves como segura.

-Es que soy peligroso mamá y no quiero hacer daño a nadie.

-No lo eres. Y aunque fuese así, siempre te ocupas de mantener a la gente a salvo. Por eso, ni yo, ni tu padre, hemos tenido nunca miedo de lo que nos pudieras hacer. Confiamos plenamente en ti y lo único que queremos es que el miedo no te impida vivir la vida que te mereces.

Al escuchar eso, los ojos de Remus se encharcaron y sintió la necesidad de mirar a otro lado. Todo lo que había pensado en esos días era mentira, no estaba solo y sus padres sí lo entendían. Era él el que no se había dado cuenta de que estaba equivocado. Quizá sus padres tuviesen razón y fuese buena idea ir a Hogwarts, aunque él sintiera que nunca pudría estar del todo cómodo en aquel lugar.

-¿Me prometes que si quiero puedo volver a casa?

-Claro que sí. Siempre vas a ser bien recibido.-dijo Adele abrazando a su hijo.

Remus se perdió en el abrazo de su madre. Echaría de menos la calidez de su madre, pero siempre podría escribirle cartas. Estaba seguro de que su padre le haría escribir por lo menos una a la semana, contándole detalladamente qué tal le iba en su nuevo hogar.

-¡Adele!-grito alguien escaleras abajo.-¡El maldito bicho se ha vuelto a escapar!

Ambos sonrieron al escuchar cómo Henry Lupin luchaba contra algo en el salón.

-No sé que pasará el día en que tu padre tenga que hacer las cosas solo.

-Ni yo mamá. Ni yo.

-Veo que ya te queda poco para acabar la maleta. Toma esto.-dijo entregándole el reloj.-Sí, es para ti. Papá te lo quería dar antes de que te fueras.

El joven Lupin cogió el reloj y sintió su peso. No era tan pesado como creía y la frialdad de su superficie era agradable en contraste al calor que hacía.

-Cuando acabes baja abajo, de acuerdo.

-Sí.

Dándole un beso en la frente, Adele Lupin salió del cuarto de su hijo. Remus seguía mirando el objeto, absorto por tener algo que había sido tan importante para los hombres de su familia.

Cuando finalmente acabó la segunda maleta, el joven Lupin bajó las escaleras con el equipaje, no sin antes de puso su nuevo reloj de bolsillo. Al llegar al salón y dejar las maletas, lo primero que vio fue una pancarta que tiraba confetis y decía: «Esperamos que esta aventura sea una de las más maravillosas». Debajo de ella, estaba su padre lleno de arañazos y agarrando una jaula con una pequeña lechuza revoltosa. Su madre, en cambio, no paraba de reírse al ver primero a su marido lleno de arañazos y después la cara de su hijo al ver a su padre.

-Toma. Espero que tu sepas domar al bicho este.-dijo el señor Lupin tendiéndole la jaula a su hijo.

-Gracias.-respondió Remus incrédulo por tener su propia lechuza.

-No te enfades Henry, si estás muy gracioso así.-bromeó Adele ganándose el mohín de su marido.-Espero que te guste cariño. Sé que no podemos darte todo lo que te mereces, pero nos alegramos de darte por lo menos esto.

-Es preciosa.-respondió él, mientras la observaba.

La pequeña lechuza aleteó con nerviosismo, al igual que Henry Lupin que primero buscaba el reloj de bolsillo y luego miraba al de pared para ver si ya era la hora.

-Bueno, habrá que ponerse en marcha. Adele, ve a por los polvos flu.

-Sí, ahora.

Mientras la señora Lupin iba a buscar el saquito de polvos a la despensa, su marido se acercó a su hijo.

-Remus, solo quiero decirte que estoy orgulloso de ti.-dijo con cierta incomodidad.-Quería que lo supieras.

En ese momento, Remus abrazo a su padre con fuerza y el señor Lupin lo recibió con una calidez extraña para su hijo. Henry John Lupin no era muy dado a expresar sus sentimientos. Remus lo veía más como un hombre recto y disciplinado, que aunque quería a sus familia, no era muy dado a expresarlo.

Cuando se separaron, Adele ya estaba en el salón con una sonrisa de orgullo hacía sus dos hombres. Se acercó a su marido y con rapidez le dio un pequeño beso en la mejilla.

-Bueno, es hora de irse. ¿Estas preparado?

Remus negó con la cabeza. Aún había algo que hacer.

-Mamá, papá. Esperar solo cinco minutos.-dijo él, mientras iba hacía la despensa.

El señor Lupin abrió la boca para preguntar qué era lo que tenía que hacer a última hora, pero su mujer le dijo que se tranquilizase y esperase, aún le quedaba algo que hacer a su hijo.

Con paso decidido, Remus fue a la despensa y bajo por las escaleras de la trampilla que había allí. El joven Lupin se encontró entonces en la mitad de una estancia húmeda y rocosa. En una de las paredes estaban encadenados fuertes grilletes. Remus recogió uno y sintió que un hormigueo le subía por el brazo. Era la misma sensación que sentía todas las noches de luna llena cuando bajaba allí y se ataba para no matar o hacer algo peor.

Como si intentase recordar todos los minutos que había pasado allí, Remus cerró los ojos mientras pasaba la mano por las paredes que se encontraban cerca. Notó los arañazos de desesperación del animal en el que se convertía. Profundas y grandes, eran las marcas de algo visceral e inhumano que se encontraba allí. Una parte irremediable de sí mismo.

Bajo la mano y disfrutó del silencio que se había instalado allí por última vez. Después de unos segundos, Remus abrió los ojos y se dirigió a la escalera de piedra que había hecho su padre. Antes de tocar el primer escalón, miró hacía tras y un adiós salió de su boca.

-¿Ya está?-le preguntó su padre y él asintió con cierta seguridad.

Entonces los Lupin se prepararon para cruzar al otro lado. Primero el señor Lupin con las maletas, seguido de su mujer y por último su hijo. Al cruzar al otro lado, llegaron a un salón desamueblado donde dos señores les esperaban. Los tres siguieron a uno de los hombres y el señor Lupin rehusó utilizar un carrito para poner las maletas.

-Hoy en día quieren cobrar por todo, Adele. En mis tiempos, era impensable que alguien te hiciese pagar por un carrito. Era la obligación del anfitrión darte uno.-comentó Henry mientras caminaban por la calzada.

Para Remus andar por las calles con tantas personas juntas, era un ejercicio de fuerza de voluntad. Nervioso miró a su madre, la cual le sonrió haciéndole saber que todo iba bien.

Aunque tardaron varios minutos en llegar al anden donde se encontraba el expreso de Hogwarts, aquel viaje le pareció eterno al joven Lupin. Ya en el lugar de partida, cientos de personas se arremolinaban frente a un tren rojo, gritando, riendo y moviéndose de un lado a otro.

Por suerte, pudieron encontrar un lugar más o menos tranquilo después de dejar las dos maletas en el tren y coincidieron con una familia que también llevaba a su hija a su primer viaje.

-¡Remus es un nombre maravilloso para un chico! ¡Ojalá lo hubiese podido utilizar yo también!-le escucho decir al padre de la niña pelirroja.

Remus quiso saludarla, pero no tenía mucha experiencia en entablar conversaciones, al fin y al cabo había vivido toda su vida en una cabaña perdida en el bosque. El joven Lupin había tenido en su vida pocas interacciones con las personas, siendo los clientes de su padre con los que más contacto había tenido. No es que sus padres le hubiesen encerrado en casa, pero Remus siempre había preferido estar en casa ayudando a sus padres o paseando por el bosque practicando de vez en cuando algo de magia.

Además, se la veía triste y no sabía cómo actuar ante eso. Ni siquiera fue capaz de mirarle a la cara, aunque tenía un rostro amable. Desgraciadamente, antes de que reuniera el suficiente valor para hablar, ella y la que debía ser su hermana se apartaron de ellos.

Aburrido, Remus echó un vistazo a su alrededor. Buscando así, una forma de distraerse. Cerca de él, un niño rubio miraba con gran entusiasmo el tren. Tenía los ojos muy abiertas y una sonrisa de felicidad absoluta. Remus notó por sus ropas que era un niño repipi de buena familia. Detrás de él, una mujer con un peinado estrambótico agarraba al niño de la mano, tirando de él cada vez que hacía algo que no le gustaba.

Cuando pasó cerca de Remus, la mujer le miró sin ningún disimulo, componiendo una cara de asco del que el joven Lupin se dio cuenta. Aquello lo irritó, aunque no lo demostrara. Puede que su familia no fuera rica, pero algo que le habían inculcado sus padres era el respeto a todo el mundo. Sin duda, aquel chico nunca querría estar con él cuando fuesen a Hogwarts, si era igual que su madre.

-Remus.-le llamó Adele.

Los padres de la chica pelirroja ya no estaban allí y los suyos le miraban expectantes.

-¿Ya es la hora?

-Creo que sí, hijo.

Remus trago saliva y se acerco a sus padres. La primera en despedirse fue su madre.

-Que grande eres ya.-dijo mientras abrazaba a su hijo.-No tengas miedo porque todo irá bien. ¿Vale?

-Sí, mamá.-respondió él intentando retener en su memoria el calor, el olor y la calidez de su madre.

-Si pasará algo, cuéntaselo al director. Estoy segura de que él te cuidará cómo si fuésemos nosotros.

El joven Lupin asintió y deseó que así fuera. Cuando se separó de su madre, el Henry lo estaba mirando henchido de orgullo. Pensó ver algo así como lagrimas en la mirada de su padre, pero esa visión se difuminó en un parpadeo de sus ojos. Henry agarró a su hijo por los hombros, del mismo modo que lo había hecho su padre.

-Sabes que no soy un hombre de discursos así que seré breve.-dijo con solemnidad.- Disfruta de estos años en Hogwarts.

Adele Lupin carraspeó y su marido captó la indirecta.

-Y no tengas miedo de las oportunidades que aparezcan.

-¿Y?

-Tu madre y yo estaremos esperando tus cartas con muchas ganas de leerte. Acuérdate, una vez a la semana y con todo lujo de detalles. Ya te mandaremos papiros si necesitas más.

Su mujer entornó los ojos y Remus sonrió a su padre.

-Bueno, hijo. Creo que tienes que subir.

El joven Lupin miró hacia las escaleras para subir al vagón y vio como alguien gritaba «pasajeros al tren».

Antes de irse, Remus dio un abrazo conjunto a sus padres, agradeciéndoles internamente que fuesen unos maravillosos progenitores.

-Os quiero.-dijo intentado mantener una voz neutral.

-Y nosotros también.-respondió Adele.

Sin mirar atrás, subió al vagón. Algunos alumnos estaban en el pasillo, la mayoría eran mayores que él. Miró en los primeros compartimentos, pero todos estaban ocupados. Cuando llego al final del vagón, Remus sabía que tendría que meterse en un compartimento que ya estuviese ocupado, en vez de en uno vacío.

-Hola. ¿Buscas sitio?-preguntó atropelladamente alguien a sus espaldas.

Cuando Remus se volvió, se encontró con el niño repipi que había visto antes.

-Eh…-dijo sin saber muy bien que decir.

-Tu eres de primero, ¿verdad? Yo también, si quieres podemos ser amigos.

El joven Lupin asintió, más por costumbre que por otra cosa.

-¡Genial!-grito su compañero mientras se metía en el compartimento.-Me llamo Peter Pettigrew y quiero estar en la mejor casa de todas: Gryffindor. Aunque mi madre quiere que vaya a Ravenclaw.

El rubio se sentó en un lado, mientras Remus, aún ensimismado, se sentó en frente.

-Y tú, ¿cómo te llamas?

-Lo…lo siento.-dijo al darse cuenta de la pregunta.-Me llamo Remus Lupin y la verdad es que no sé en qué casa quiero estar.

Aquella situación incomodaba a Remus, Peter era simpático a la vez que un poco estrambótico. No dejaba de hablar y de preguntarle, algo que le incomodaba. Él no era el único que se sentía así, ya que un grupo de chicas que entraron después de él también fueron interrogadas por su amigo.

Justo cuando estaba hablando de la posición de quidditch en la que le gustaría estar cuando lo aceptasen, la chica pelirroja de antes y un chico de pelo lacio entraron en el compartimento.

-Hola. ¿Podemos pasar? Es que los de al lado son unos idiotas.

Remus, como le había enseñado su madre, cedió el asiento a la pelirroja.

-Gracias y lo siento. No quería molestaros.

-Tranquila, no importa. Prefiero ir a un compartimento menos abarrotado.-comentó abrumado por tanta gente que había.

-Yo te acompañare, Remus. Así conocerás a alguien por lo menos.

El joven Lupin le sonrió, aunque en realidad le hubiese gustado que no le acompañase. Una parte de él quería dejar aquel lugar para no seguir contestando a su batería de preguntas.

Al llegar al lugar que había dicho la pelirroja, Remus se encontró con dos chicos. Uno de gafas, no tan repipi como el rubio, pero era evidente que era de una buena familia y otro chico que parecía tener un encanto natural para caer, o muy bien, o muy mal, a aquel que conocía.

-…El león de Gryffindor.-dijo el que no tenía gafas.

-Hola. Yo soy Peter Pettigrew y este es mi amigo Remus Lupin. ¿Podemos sentarnos?

-Sí, no veo problema. Y tú, ¿Potter?

El chico de gafas negó con la cabeza y los dos chicos se sentaron. Remus al lado de James Potter y Peter cerca de Sirius Black.

-¿Vosotros queréis ser de Gryffindor?-preguntó Peter.

-Sí.-contestó Sirius.-¿Vosotros?

El joven Pettigrew asintió.

-¡Claro que sí! Así me gusta chaval, que elijas a la casa de los hombres verdaderos.-le animo Sirius.

-Y el calladito, ¿qué dice?-preguntó James.

Los tres chicos se quedaron mirando a Remus, que se movió de su asiento inquieto. Hasta hace unas pocas horas ni siquiera pensaba ir a Hogwarts, así que no había tenido ningún pensamiento sobre en qué casa quería estar.

-Remus Lupin. Remus. Remus. No sé. Puede que solo me lo parezca a mi, pero creo el nombre de calladito es el de alguien que sin duda estaría en Gryffindor.

-Sí.-continuó Sirius.-Remus. Remus Lupin. Yo diría que tiene dos quintos de temple, otros dos de osadía y dos más de caballerosidad. Sí, es todo un Gryffindor.

-Sabes que has hecho los cálculos mal.-apuntó James.-Tendrían que ser cinco partes y no seis.

-Bah. Tú ya me entiendes. Creo que nosotros cuatro vamos a ser los mejores amigos.

Remus se rió sin querer de aquella ocurrencia. La verdad es que aquellos dos chicos eran un poco locos, pero a la vez eran muy divertidos y para su sorpresa, el joven Lupin, descubrió que era agradable estar con ellos. E incluso, la presencia de Peter había dejado de parecerle agobiante.

Después de aquello, Sirius comenzó a desvariar sobre el futuro de sus tres mejores amigos. Peter le seguía el juego diciendo cada vez ocurrencias más delirantes. James y Remus, en cambio, los escuchaban divertidos.

-Sí, creo que esta va a ser una aventura maravillosa.-dijo Remus en voz alta sin darse cuenta.

-Y que lo digas.-le contestó James, el único de los tres amigos que no estaba absorto imaginado las grandiosas aventuras de los recién nombrados «cuatro merodeadores».

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