
Una de las cosas con las que más disfruto es haciendo ejercicios de escritura que no tienen que ver con una historia larga. Dejar volar la imaginación sin saber muy bien a donde te puede llevar. No hay expectativas, ni miedos, uno solo escribe lo que se le pasa por la mente para liberarse. Aquí os dejo dos textos que hice hace poco, espero que os gusten. Si es así, os agradecería que comentaseis algo. Me alegraría mucho.
A del filo de la muerte
Eran mis últimos momentos de vida y solo podía mirar la cerilla prendida. El arma que me mataría. La llama se movía de un lado a otro buscando algo que prender. La gasolina le estaba esperando impaciente mientras algunas gotas bajaban por mi cuerpo encharcando el suelo. Era inevitable, iba a morir. Me lo decía el rojo fuego, el grasiento carburante, pero sobretodo era la mueca del hombre que me asesinaría lo que me sentenciaba a muerte. Soltó una estruendosa carcajada. Era el subidón de adrenalina por todo su cuerpo. Aquel era el efecto que tenía poseer un gran poder. La adrenalina que sentía yo, en cambio, era diferente. Embotaba mis sentidos, palpitaba en mis sienes y tenía la capacidad de convertir este momento en algo interminable. De repente, una ráfaga hace desaparecer la llama. Los dos dejamos de respirar unos segundos antes de que esta vuelva a prender. Nunca había sido una persona que creyese en la suerte, pero en ese momento hubiese dado mi alma si con ello el fuego se hubiese apagado. Ya no queda rastro de esperanza. Nada a lo que poder aferrarme para saber que tenía una oportunidad de vivir. La mirada de mi captor es decidida y el movimiento de su mano pone en marcha la cuenta atrás. Sigo el trayecto de la cerilla. La estela que deja mientras recorre los pocos centímetros que hay entre nosotros y me doy cuenta de que parece una estrella fugaz. Pienso en la ironía de ello, pues desearía que nunca se hubiese prendido. Toca la gasolina, que prende al instante y me llega el calor que desprende. Ya no hay vuelta atrás, ya no estoy en el filo de la muerte.
¿Sí o no?
A veces uno se lo tiene que jugar todo a cara o cruz. Tentar a la suerte, para ver si ésta aparece. Buscar en los rincones de tu mente,una parte que crea que existe algo más que la pura casualidad. Quedarse en el filo de un acantilado y mirar hacia abajo para ver si la decisión de caer es la adecuada. Dejarse llevar por la pasión, abandonando de una vez la voz de la lógica. Esperar que salga bien, porque si sale mal significará que hay que avanzar hacía otro lado. En ese punto me encuentro, en el sí o en el no. El quizás es algo que ya no está permitido. No es esa salida de emergencia hacia la que correr en caso de miedo. Una decisión. Solo una hacía falta para acabar con aquello. Una palabra y quedará todo zanjado. Una pregunta más que quedará respondida. Se acaba el tiempo que no espera y mis labios se mueven de forma involuntaria, muchas veces saben antes lo que quiero que mi mente. Sí. Lo dije, no hay vuelta atrás. Algo nuevo comienza, lo viejo se acaba y alguien sonríe, pues era la respuesta que esperaba.
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