¡Hola Gatos negros!
Hoy os traigo un nuevo post de la sección de entrevistas Hablando con… En este caso, quería expandir y no quedarme solo con lo que nos dicen las editoriales, para así entender mejor el mundo que hay detrás de los libros. Por ello, hable con Pilar Ramírez Trello, traductora de varios libros de Nocturna ediciones entre muchísimos otros, que muy amablemente accedió a hablarnos y enseñarnos sobre otra parte del mundo editorial.
Aunque sabemos que los traductores lo que hacéis es traer una obra de un idioma a otro. Nos gustaría conocer el proceso. ¿cómo empieza vuestra trabajo?
Pues lo más habitual es que una editorial se ponga en contacto contigo para ofrecerte un libro. Según la editorial de la que se trate y el libro en cuestión, se podrá negociar más o menos una tarifa (aunque suelen ser bastante fijas) y un plazo de entrega. Si aceptas la traducción, tienes que firmar un contrato en el que se establecen todas las condiciones. Después te llega el libro (en formato electrónico o en papel, aunque esto último cada vez es menos frecuente) y te pones manos a la obra.
Cada traductor tiene su sistema y sus manías. Hay quienes se ponen a traducir directamente. Otros preferimos leer primero el libro, aunque muchas veces no te da tiempo y, en mi caso, acabo avanzando lectura mientras empiezo a traducir.
A partir de ahí ya es organizarte y calcular el número de páginas que necesitas traducir al día para llegar a la entrega, teniendo en cuenta lo que dediques a la revisión. Y ponerte manos a la obra, en mi caso con el documento original en la parte de arriba de la pantalla, el Word con la traducción abajo y el explorador de Internet en la pantalla de al lado (uso dos pantallas).
Cuando terminas, preparas la factura, entregas y esperas a que te paguen, lo que, con suerte (ejem) suele suceder al mes. La traducción pasa a uno o varios revisores y después suele volver a ti para que apruebes los cambios. Y ahí ya se acaba tu labor. No sé si se me olvida algo…
Normalmente, ¿en cuánto tiempo te piden que hagas la traducción? Me imagino que irá por páginas, ¿no?
Depende mucho del libro. Algunos corren más prisa por motivos editoriales (porque quieren que salga a la vez en el idioma original y en español, por ejemplo), mientras que otros tienen plazos más flexibles. También hay editoriales que planifican las cosas con más tiempo y te encargan traducciones con mucho margen, y otras que te avisan en el último momento.
Últimamente, parece que la media anda por tres meses para un libro de unas quinientas páginas. Pero hay de todo.
¿Cuál dirías que es el aspecto más duro/tenso/difícil de tu trabajo como traductora?
Esta es difícil… Quizá lo peor sea la parte que no está directamente relacionada con la traducción. Por ejemplo, el hecho de trabajar como autónoma, con todo lo que eso conlleva: la incertidumbre, las pocas prestaciones, los problemas para concentrarse… También las tarifas bajas, los retrasos en los pagos de los clientes, los plazos demasiado ajustados. Esas cosas son las que más ansiedad generan, de largo.
¿Cómo es eso de traducir un libro teniendo que trasmitir la pluma del autor? Debe ser algo que a mí por lo menos, me abrumaría.
Ese es el objetivo: reflejar el estilo del original. A veces da un poco de susto, sobre todo cuando te encuentras con un texto de estructura más compleja, con un estilo muy definido o con un autor de renombre, pero, por lo general, solo hay que dejarse llevar. El mismo texto te va pidiendo lo que necesita. Al menos, así lo vivo yo.
Sé que has traducido dos libros de Neal Shusterman, Siega y Nimbo. ¿Ha sido difícil traducirlo siendo un autor con una forma de escribir profunda?
En realidad, salvo honrosas excepciones, es más sencillo traducir un libro bien escrito que uno mal escrito. Shusterman escribe bastante bien, aunque sin demasiadas florituras. Habla de temas profundos y tiene un estilo cuidado, a veces poético, pero no diría yo que complejo. Fluye bastante bien. Además, cuantos más libros traduces de un mismo autor, más te haces a él, así que Nimbo me resultó mucho más sencillo que Siega.
Y, ¿cuál ha sido para ti el libro más difícil de traducir? ¿Por qué?
Hace un año te diría que Jugar a dioses, de Damien Broderick, porque me volví loca intentando diferenciar las teorías físicas reales de las inventadas, pero, ahora mismo, creo que Cero, de Kathe Koja (en La Biblioteca de Carfax). Es un libro con un estilo complicado, muy particular, muy meditado para acompañar al contenido, con un uso de la puntuación bastante loco… Vamos, que ahí sí me asusté un poco por temer no estar a la altura, y ni siquiera después de terminarlo estaba segura de haber acertado. Pero a las editoras les gustó, así que yo, feliz.
Y por lo contrario, ¿Cuál ha sido el libro que más te ha gustado traducir?
Esta también es difícil. Es como preguntarle a una madre a qué hijo quiere más… Soy incapaz de nombrar uno solo. Me encantó Las luminosas, de Lauren Beukes. Me cautivó la sencillez y la poesía de Una noche en la luna, de Cath Crowley. Disfruté muchísimo con El libro de las cosas perdidas, de John Connolly (que va a volver a editarse dentro de nada con unas ilustraciones preciosas y nuevos textos, por cierto, en Tusquets). También me hizo mucha ilusión traducir a Sarah Pinborough después de haberme enamorado de La casa de la muerte. No sé, he tenido mucha suerte con casi todo lo que he traducido, la verdad.
Ahora va una pregunta comprometedora. ¿Crees que se le da el reconocimiento suficiente a los traductores en la literatura?
No creo que se les dé el reconocimiento suficiente, no. No es que seamos invisibles en el texto (porque eso está bien), sino que somos invisibles de cara al exterior. Cuando se habla de un libro, es muy habitual que se mencione la prosa del autor, aunque el autor originalmente lo escribiera en chino. En muchas reseñas, notas de prensa y fichas no se menciona el nombre del responsable de la traducción. Eso sí, si hay un fallo (errata, error o simple percepción subjetiva del que lo lee), el traductor sale a relucir rápidamente. Y si el libro tiene «algo raro» (una puntuación extraña, un estilo peculiar, un problema de documentación), el primer sospechoso es el traductor. Por no hablar de que las tarifas de traducción editorial son mucho más bajas que las de otros sectores del gremio. También he de decir que parece que todo esto va cambiando poco a poco. El trabajo de gota malaya que hacen algunos compañeros da sus frutos y, por ejemplo, han conseguido que en Página 2 incluyan el nombre de los traductores en las fichas. Quizá así, de rebote, consigamos también mejorar las condiciones laborales. Soñar es gratis…
Y por último. ¿Qué le dirías a alguien que quiere trabajar de traductor en un futuro?
Pues si te refieres a la traducción editorial… Primero, que sepan lo que les espera, jeje. Es decir, que sepan que es uno de los campos peor pagados de la traducción. Si es lo que de verdad desean hacer, que lo intenten, que no se queden con las ganas, porque siempre hay tiempo de cambiar de rumbo, pero que vayan mentalizados. Qué más… Que lean mucho, claro. Y que escriban. Y que traduzcan, aunque sea otras cosas. Entrar en las editoriales es complicado, así que cualquier trabajo de traducción que les salga mientras tanto sirve de práctica. Traducir es traducir. También es importante tener contacto con otros traductores. Puede ser en asociaciones como Asetrad o ACE Traductores, en congresos, en encuentros informales, talleres, redes sociales… Muchas veces se consigue información o trabajo a través de ellos. Por no hablar de que conoces a gente estupenda.
Primero quería dar gracias a Pilar por tener tanta paciencia conmigo y mis preguntas. Y segundo, espero tener la pequeña esperanza de que leyendo esto. Todos empecemos a dar a los traductores el reconocimiento que se merecen por la dedicación que le ponen a su trabajo.
Espero que os haya gustado la entrevista y que la hayáis disfrutado. Cuando pueda, traeré más entradas cómo esta. Si me queréis comentar, ya sabéis que yo encantada de leeros. Y si no, un Rt en twitter o compartir en Facebook me ayudaría mucho.
Mientras tanto…
¡Hasta el próximo post Gatos negros!